27 febrero 2007

Los hilos de la historia están en manos de Liberación Nacional

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Hemos terminado las labores del V Congreso Nacional del Partido, acogidos a la inspiración que surge del nombre ilustre del Presidente Oduber. Como resultado, disponemos de una visión coherente y sólida de la vida nacional, para el periodo que va de aquí al año 2021. Pero, no basta. Para perdurar, para tener efectos reales sobre la vida de los seres humanos, las ideas, las convicciones, tienen que arraigarse en el alma de miles y miles de personas. Y, en gran medida, ese es el sentido de este Congreso: desarrollar colectivamente un pensamiento sólido y justo, sobre la vida social, y llegar a convertirlo en convicción.

2
Sin un ideario, sin un conjunto de ilusiones y de convicciones compartidas, no hay un partido que merezca ese nombre. Y en eso es en lo que estamos aquí. El proceso de pensamiento compartido que concluye hoy, no solo enriquece nuestros planteamientos, sino que les confiere fortaleza al convertirse en un esfuerzo de conjunto.

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Así es. Las conclusiones deben ser respaldadas por convicciones. De otra manera, no fructificarán. Como ha dicho Oscar Arias, "para llegar algún destino es imprescindible tener mapas, pero los mapas no son iguales a la realidad y es con esta realidad con la que deben contender los partidos que gobiernan". No se gobierna con definiciones, sino con fe en las ideas que se sustentan. No se gobierna sin ilusiones, pero sin una buena dosis de realismo, las ilusiones mueren.
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Sí, estábamos perdiendo el hábito de la reflexión compartida. Hoy lo retomamos y brillantemente, como dan testimonios los resultados de este Congreso del que ha salido el documento de reflexión política sobre nuestro destino colectivo, de mayor nivel que conoce la historia de Costa Rica. Este documento que hoy se ha aprobado, después de las últimas discusiones, es el primer regalo que recibe nuestro país con motivo de su llegada a los doscientos años de vida independiente que se acercan, poco a poco.

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Más allá de los tiempos revolucionarios
No es legítimo afirmar que haya existido un Partido Liberación Nacional con planteamientos constantes e inflexibles. Existen puntos de inflexión en nuestra historia, cambios importantes. No en vano ha transcurrido más de medio siglo desde que nuestro partido empezó a influir en la vida nacional. Entre la Costa Rica de aquellos lejanos años en que don Pepe aspiraba a que en cada casa hubiera al menos una máquina de coser y una vaquita, y los tiempos en que aspiramos a tener Internet de banda ancha en todo el país, ha pasado mucho agua bajo los puentes. Liberación Nacional, siempre atento a las grandes tendencias que gobiernan el mundo y a las nuevas necesidades de los costarricenses, ha ido transformado sus preocupaciones, sus planteamientos, sus soluciones.

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Algunas constantes en la vida partidaria
Pero, en medio de los cambios, en Liberación Nacional perduran algunos principios fundamentales y, algo en lo que se repara menos, una actitud frente a la historia. Innovación, rechazo de la unilateralidad propia del dogmatismo, capacidad crítica, compromiso con la equidad, con la ética, con la justicia. He aquí las características de nuestro partido.

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En la base de nuestra socialdemocracia y de la forma de actuar que hemos asumido siempre, se encuentra, en primer lugar, nuestro impulso a la innovación. Son pocas las ideas novedosas, renovadoras, que se han introducido en el país que no tengan origen en propuestas liberacionistas. Liberación Nacional es el partido de las transformaciones de la vida costarricense sobre la base de nuevas propuestas.

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El segundo rasgo, proviene de nuestro consistente rechazo a la unilateralidad, que destruye. No hemos construido nuestra propuesta con base en principios dogmáticos inflexibles. Hemos estado abiertos a escuchar, a aceptar la evolución natural que requiere todo país para progresar, y a promoverla. El dogmatismo excluyente nunca ha sido nuestro pecado.

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Las simplificaciones unilateralistas pueden venir de un socialismo rampante que, a fuerza de pretenderse racional, ignore lo esencial de la realidad. Pero surgen también de un capitalismo insensible a las necesidades del desarrollo integral de los seres humanos.

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Hemos tenido, también, capacidad crítica. Ningún partido político costarricense ha sido más duro consigo mismo que el nuestro. Esta actitud proviene de nuestra inclinación al autoanálisis -otra de nuestras características-, a la reflexión sobre nuestra actividad como partido y como gobierno y, como parte de este proceso, al estudio de los problemas nacionales. Nuestro grupos de pensamiento, de una forma o de otra, han vivido replantándose los problemas nacionales y han buscado salidas para ellos, de manera constante. Este congreso ofrece testimonio inequívoco de esa actitud.

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Además de nuestros esfuerzos por comprender la realidad, hemos exhibido un permanente compromiso con la ética, entendida, no solo como rectitud, sino como búsqueda de la justicia. Hemos firmado un pacto espiritual, indisoluble, con los ideales de solidaridad.
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Sabemos que el desarrollo social, sin crecimiento económico, termina por consumirse y desaparecer. Por eso, antes de que se inventaran las terceras vías y antes aún de que el socialismo europeo prescindiera de la antigua teoría de la lucha de clases como explicación de la historia, Liberación Nacional había sostenido estas ideas. Y si en el país hay grandes desequilibrios, como los hay, eso se debe a que en los últimos quince años, los costarricenses solo nos han dejado gobernar cuatro.

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Pero, ahora, bajo el liderazgo de Oscar Arias, tenemos por fin la seguridad de que arrancará el gran proceso de recomposición de las ilusiones, base de la transformación del país. Terminará por fin, la etapa de la Costa Rica sin agenda, de la Costa Rica en que el desarrollo ha sido puesto en manos de la casualidad o de ideas extremistas inaceptables para el país. Ya Oscar Arias ha comenzado a definir un camino para los próximos cuatro años y el país se apresta a transitarlo gustoso.

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Algunos aportes del Congreso
No es el momento oportuno para volver sobre los puntos centrales del documento aprobado. Poco a poco, iremos realizando una labor de análisis, para extraer de su riqueza las consecuencias prácticas que impactarán la vida nacional. Sin embargo, me parece que hay ciertos aspectos que no pueden pasar inadvertidos. Me refiero, por ejemplo, a la necesidad de fortalecer la identidad nacional.
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En un mundo en que la planetarización se ha abierto campo y en que las comunicaciones han hecho verdad aquel viejo dicho de que el mundo es un pañuelo, la sobrevivencia de un país como Costa Rica, el que sigamos siendo una unidad con sentido histórico e identidad propia, pasa por un enorme y sostenido esfuerzo por fortalecer nuestra cultura. Y al igual que ocurre con la vida económica, nuestra vida cultural, sin cerrarse a lo ajeno, ha de ser capaz de absorberlo y potenciarlo desde nuestra propia realidad.


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Por otra parte, creo imprescindible destacar el papel que se le otorga al desarrollo tecnológico. Ya lo sabíamos: la tecnología debe convertirse en un aspecto central del desarrollo. Esta orientación venía abriéndose campo en las dos últimas administraciones liberacionistas. La Administración Arias inauguró esa tendencia con la creación del Ministerio de Ciencia y Tecnología, de los colegios científicos, con la introducción masiva y bien pensada de la informática educativa. En la Administración Figueres el proyecto de desarrollo económico centrado en la creación de puestos de trabajo altamente calificados, gracias a la inversión extranjera en campos de punta, significó otro paso fundamental para la vida de Costa Rica.
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Esos aportes a la vida nacional prefiguraban de manera conciente un desarrollo económico centrado en el valor del conocimiento. Pero, extrañamente, no habíamos asumido, como partido político, nuestras propias realizaciones, incorporándolas a nuestros propósitos futuros explícitamente. Hoy marcamos un cambio en este aspecto esencial. Adoptamos de manera abierta lo que ya era uno de nuestros derroteros centrales y estamos seguros que de él irradiarán fuerzas dinamizadoras para todas los campos de la vida nacional.

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Recordémoslo: el desarrollo de la cultura cuando se liga a la identidad nacional, la nueva valoración del conocimiento y del uso creador de la tecnología, guardan relación con nuevos estilos de educarse, de desarrollar a los niños y jóvenes costarricenses, a los maestros, con nuevas formas de ser. Levantar la vida nacional sobre estos principios constituye la única forma de salvar y enriquecer esta unidad histórica dotada de sentido que es Costa Rica.

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No podemos aquí agotar todos los temas que se plantean en el documento. Los asuntos importantes que conforman el documento final, son muchos, demasiados como para referirse a cada uno de ellos aquí. El tema de las oportunidades como base de la igualdad, la necesidad de recuperar, para la clase media, un puesto central dentro de las preocupaciones nacionales y la forma de enfrentar un desarrollo armónico con la naturaleza, demandarían largos análisis. ¿Y qué decir de la educación, que fue abordada como tema transversal, o de los temas de género?

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La modernización del país genera resistencias
Contrariamente a lo que se cree, las posiciones equilibradas, los cambios y la decisión de modernizar el país, generan -siempre han generado- resistencias y hasta rencores. Quizá esto ocurre porque el avance en dirección de la justicia exige sacrificios, porque cualquier cambio sustancial demanda la adaptación a nuevos estilos de vivir y hasta de ser.
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Ya hemos conocido muchas formas de oposición y grandes reacciones negativas a lo largo de nuestra historia. Pero, con el tiempo, lo que más combatían de nosotros se convirtió en credo dominante, en parte de la realidad, en principios fácilmente aceptados y así volverá a ocurrir siempre en el futuro. Nuestras ideas se convertirán en creencias, nuestras propuestas, otra vez, llegarán a ser parte de la realidad cotidiana del país.

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Entre nuestros principales enemigos, hoy en día, figuran los promotores del abstencionismo, los solapados desacreditadores de la política. Quizá guardan la ilusión de crear desconcierto y un vacío suficientemente grande como para ser llamados a ocuparlo. Son esos, los que repiten, todos los días, el vaticinio de que los jóvenes se segregarán para siempre de la política. Su designio es lograr que, a fuerza de desmoralizar a la gente, la profecía se autocumpla. Refuerzan tendencia sociales negativas con ánimo de lograr ampliar espacios políticos para ellos. El fracaso que tuvieron como políticos, en sus batallas, quieren compensarlo con el éxito en sus actividades como francotiradores. Y no piensan en el daño que le inflingen al país.

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Esa corriente que nos adversa está formada por los herederos de quienes se oponían, medio siglo atrás, a que hubiera partidos políticos permanentes. Deseaban, entonces, al igual que hoy, adueñarse del terreno, dominarlo, evitando la articulación de las fuerzas capaces de introducirle sentido social al desarrollo e incorporar aires de modernidad a la vida nacional, como nos empeñamos en hacerlo, los socialdemócratas.

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Nuestros opositores principales, por paradójico que parezca, no están en los partidos significativos, aunque con tal de desestabilizarnos están dispuestos a pactar con quien sea. Son francotiradores disfrazados de teóricos, que buscan desacreditarnos, con ánimo de vernos derrotados, caricaturizándonos como simples exponentes del así llamado bipartidismo.

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A los ciudadanos de buena fe, a los jóvenes que aman a su país, yo les digo que en Costa Rica, hoy, no existe ni puede existir el bipartidismo, porque solo hay un partido digno de ese nombre y es éste, Liberación Nacional. A los jóvenes, sobre todo a los jóvenes, yo les aconsejo no dejarse ir por las voces engañosas que surgen por todas partes. Sí, esas que presentan cualquier acuerdo entre fracciones, como una monstruosidad, ignorando las más elementales reglas de la vida democrática. A esos jóvenes y a los ciudadanos de buena fe, yo les recuerdo que en Costa Rica, ni siquiera juntos, todos los grupos y grupúsculos que gesticulan electoralmente, llegan a ser un partido. Y no llegarán a serlo, mientras no tengan a su haber una trayectoria importante en la definición del futuro de Costa Rica, como la nuestra, llena de errores, pero, en mucho, superados por los aciertos.

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Mientras esas parcelas de la vida política nacional se entretengan diciendo que no, a todo; mientras su programa político se centre en desestabilizar la democracia, en rechazar; mientras se dediquen a lo minúsculo y pasajero, por incapacidad de ver lo grande y permanente; no habrá otro partido que merezca el nombre de tal. Por eso, los hilos de la historia están en manos de Liberación Nacional.
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Ojalá, para bien del país, esos conatos de partido lleguen, un día, a desarrollar convicciones profundas, que vayan más allá de unas cuantas ideas desarticuladas. Entonces, sí podrán tomar en sus manos los hilos de la historia, de la gran historia, y abandonarán la anécdota minúscula; entonces, tal vez, serán un partido con alma, como nosotros.

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Los errores garrafales del actual gobierno, no obedecen tanto a acciones equivocadas, como a la inacción progresiva. Sus efectos han comenzado a sentirse por todas partes. Todo el mundo sabe que sus pecados más graves son de omisión. Y nosotros, a veces, nos sentimos culpables, inexplicablemente, de que el país no avance, quizá porque nuestro sentido de responsabilidad nos hace creer que quizá debimos haber hecho algunas cosas mejor en el pasado. Olvidamos la triste verdad de que en los últimos quince años, Liberación Nacional solo ha gobernado cuatro.

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Ojalá los electores no olviden la lección aprendida. Los actos tienen consecuencias y esas consecuencias se pagan caro. El atraso acumulado por Costa Rica durante estos años de gobierno de la Unidad Social Cristiana, la nociva fragmentación de la vida parlamentaria, tan dañina, son consecuencia del voto equivocado de muchos costarricenses de buena fe. Pronto tendrán la oportunidad de rectificar y, estoy seguro, de que la aprovecharán.
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Liberacionistas:
Después de este gran esfuerzo de reflexión con el que pagamos una deuda pendiente con nuestras tradiciones y con los deberes que le corresponden al único partido político sólido de Costa Rica, tenemos que centrarnos en otras tareas. La más importante de todas, las más significativa consiste en llevar a la Presidencia de la República a Oscar Arias Sánchez. Nada de lo que hemos hecho hasta hoy cobrará sentido pleno si no lo traducimos en votos. En nuestra historia difícilmente hemos tenido un candidato de su dimensión. Pocas veces, el país ha necesitado más de él y, en cierto modo de nosotros, como partido. Nuestros esfuerzos en materia electoral deben redoblarse, ahora. Y no porque Oscar Arias corra el riesgo de no ser elegido. Costa Rica reconoce en él su única esperanza y todo el mundo tiene el sentimiento fundado de que su gobierno será fuente de enormes beneficios. Sus inteligencia, su rectitud, sus capacidades probadas así lo garantizan.
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Pero, requerimos poner todo nuestro empeño para darle una base amplia de apoyo efectivo, que se traduzca en una Asamblea Legislativa con una mayor cohesión, capaz de tomar decisiones y de apoyar plenamente la labor del Ejecutivo. Necesitamos salir del pluripartidismo desarticulante, avasallador del proyecto nacional, y obtener mayorías sólidas en las municipalidades y en la Asamblea Legislativa. Después de la reflexión se requiere, con urgencia, de mucha acción para que Costa Rica recupere el rumbo perdido, para lograr que nuestro futuro sea digno de las grandes conquistas del pasado. Así es. Estoy seguro de que Uds. se encargarán, junto con miles y miles de costarricenses, de convertir en realidad la gran esperanza, la gran esperanza verde, sobre la que se levantan nuestras ilusiones que son las de esta patria.



Ya tenemos un buen guía, ¡abrámosle camino!

Muchas gracias.

Discurso de clausura del V Congreso Nacional, Daniel Oduber,pronunciado por Francisco Antonio Pacheco,Presidente del Partido Liberación Nacional,el 22 de mayo de 2005

Discurso pronunciado en el acto oficial de celebración del centenario del nacimiento de don José Figueres Ferrer

1
(Yo sabía que este día iba a ocurrir algo extraordinario. En medio invierno, el país se ha echado encima un verano sorprendente. Los celejes se mostraron en la tarde y sospecho que ahora, en la noche, algunas estrellas se estén asomándo a mirarnos. Y así tenía que ser puesto que hoy celebramos el nacimiento de don Pepe. En todos los rincones de nuestra tierra, la naturaleza festeja esta fecha.) Pasan como una ráfaga, por mi memoria, la figura de don Pepe, los miles de recuerdos y de emociones que constituyen las hueyas de su vida en nuestra conciencia y en la conciencia del país. En ese recuento, descubrimos al héroe, al hombre de paz, al vigoroso y encrespado gobernante que supo imponer el estado de derecho y que, teniendo más poder que cualquier otro, optó por fortalecer la democracia sin reservas.

2
Podemos decir de él, lo que dijo él de Russel: no fundó secta. Pero, como corresponde a un político moderno fundó y consolidó un partido y le dio por destino, con su ejemplo, la responsabilidad de innovar, de modernizar sin tregua este país que, a partir de aquellos días, sería tomado como ejemplo, por muchos.

3
Ya ha sido dicho. Su vida y su obra no se dejan encerrar en fórmulas simples. Por eso, al rememorar los hechos más notables de su biografía —una forma de hablar de la patria— siempre nos quedará algo sin decir, algo sin explicar. Algún aspecto esencial permanecerá extraviado, sin salir a luz.

4
Al evocar los días de Figueres, surge desde mi remota infancia, la emoción del heroísmo, en medio de sus luchas armadas que muchos creyeron circunstanciales o fundadas en intereses privados, sin percatarse de que constituía un semillero de ideas y de proyectos pensados para el país; una reserva de propósitos de la que se nutriría la vida nacional por treinta o más años, y en algúnos aspectos, para siempre.

5
Y, de inmediato, se imponen los grandes hechos con que se inició su primer gobierno, el de la Junta que refundó nuestra república. Y ahí, aparece la radical transormación del país, la ruptura con el pasado que, sin ser absoluta, lanzó una bocanada de aire fresco sobre la vida nacional. Y entonces, gracias a su revolución —porque Figueres llevó a cabo una verdadera revolución—, los negros y los blancos fueron iguales ante la ley, las mujeres y los hombres fueron regulados por normas jurídicas sin distinción alguna, la discriminación jurídica entre los así llamados hijos naturales y los de matrimonio, concluyó para siempre. Y se abolió el ejército, y se estatizaron los bancos y se consolidó el sistema electoral costarricense. Y una nueva clase social tomó las riendas de Costa Rica, sustituyendo así a los grupos que tradicionalmente habían tenido a su cargo el ejercicio del poder. Y surgieron sorprendentes iniciativas de carácter social en educación, en salud, al tiempo que se organizaba el sistema público de producción y distribución de electricidad y más tarde el de telefonía. Pero, nada de esto ha de hacernos olvidar el influjo de Figueres sobre la cultura, su apoyo a la vida universitaria, puesto que creó dos universidades y contribuyó a fortalecer la que ya existía. Ni sus afanes por aumentar y consolidar la producción nacional que siempre consideró parte del patrimonio colectivo, aunque estuviera en manos privadas.

6
Aun sigue ahí, a nuestro lado, el Figueres arrojado y libre, cuando se trata de la defensa de la democracia, uno de los elementos esenciales de su credo. Lo vimos desafiar a los dictadores del Continente, a todos juntos, en Panamá. Porque unca se sometió a la tiranía, ni la aceptó para los demás, aunque viniera recubierta de socialismo y de justicia. Por eso su voz clamó ante un millón de cubanos, pidiendo la rectificación del rumbo que tomó una revolución a cuya victoria había contribuido y que debió haber sido fiel a la democracia para ser verdaderamente exitosa. Fue defensor inclaudicable de la institucionalidad y nadie que defienda la dictadura de las calles lo hará sin traicionarlo.

7
Su voz clamó por la justicia en los intercambios comerciales entre países pobres y ricos. Con palabras llenas de vigor y de inteligencia, le explicó a los estadounidenses las causas del rechazo que recibían en América Latina. Por primera vez, el nombre de un político costarricense fue tomado en serio en el ámbito de la vida internacional.

8
Con el paso del tiempo, percibimos más claramente sus planteamientos ideológicos. Siempre se había visto el desarrollo económico, como condición del desarrollo social. A partir de él, los socialdemócratas costarricenses descubrimos que el desarrollo social constituye un elemento esencial del desarrollo económico y que el éxito de la economía se sustenta en el éxito de las políticas sociales. Y esa inversión de los términos es lo que nos ha llevado a avanzar en la tarea inconclusa de lograr el mayor beneficio para el mayor número, según él norte que él nos propusiera. Y estos principios resultan aplicables a diferentes momentos de la historia que requerirán siempre soluciones distintas ante hechos diferentes.

9
A veces, equivocadamente, se nos invita a conservar inmóviles las soluciones que Figueres concibió para hace sesenta años. Eso equivaldría a haberle pedido a él, permanecer fiel al gran proyecto liberal de 1888, es decir, a lo que había sido innovador sesenta años antes de su llegada al poder.

10
Se olvida que la fuerza que extraemos de su paso por nuestra historia viene de su ejemplo de renovación, del reconocimiento de sus éxitos como fuente de fe en las posibilidades de nuestro país, y no como fórmulas inalterables. Por eso, siempre seremos fieles a los principios que defendió y no a las soluciones exitosas del pasado que ya no resulten útiles para el presente y mucho menos para el futuro.

11
Muchos no se han enterado de que Figueres fue un innovador pertinaz. Abierto al mundo, como pocos costarricenses de su tiempo, le tomó incesantemente el pulso a la historia, no para huír de ella y refugiarse en algún rincón confortable del pasado, sino para enfrentarla y aprovechar su curso en beneficio de Costa Rica.

12
En efecto, hay quien lo quisiera conservador, aferrado a lo inútil, a lo que el tiempo va dejando atrás. Pero, no lo fue. Ni siquiera se ató a sus propias decisiones que, muchas veces sometió a revisión. Por eso, están equivocados aquellos que nos proponen un Figueres entregado a lo que ya fue y nos invitan a sustituir su imagen de demócrata aguerrido y vigoroso, pragmático y postivista, consagrado a la búsqueda de soluciones, por una caricatura inconsistente con lo que fue su destino.

13
Entre las muchas frases citables de Figueres, quiero retener una que nos marca el camino a seguir. “Ahora, más que antes, debemos servir. Servir con el esfuerzo mientras estemos aquí, para que merezcamos después, en humilde medida, servir con el recuerdo.”
Muchas gracias don Pepe, por todo lo hecho por Costa Rica, muchas gracias por seguir sirviéndole al país con su recuerdo.


La independencia y el patriotismo

1
La Asamblea Legislativa cumplió con los ritos que impone el calendario cívico para el 14 de setiembre y lo hizo con dignidad y convicción. Los cantos patrióticos se entonaron con fervor, guiados por las voces infantiles de los niños de la Escuela Roosevelt que vinieron a acompañarnos. Y nos trajeron faroles, según demanda la tradición que evoca la noche de este día en Guatemala, 185 años antes, cuando el pueblo se reunió ante la casa de don Gabino Gaínza, el Gobernador español, a demandar sin armas, la independencia.


2
Varias generaciones quedaron unidas por los cantos, sellando con sus voces la continuidad de la historia. Y mientras cantábamos, yo pensaba en los liberales de viejo cuño que se inventaron nuestro patriotismo y lo promovieron, y lo llevaron a las aulas, al mismo tiempo que alfabetizaban la población. Y agradecí ese esfuerzo gigantesco que algunos autores de nuevo cuño reducen a una patraña. La ignorancia sobre la historia del pensamiento y la aparición sucesiva de las mentalidades dominantes que la caracteriza, campea en ciertos círculos del país. En grupos que no pueden alegar que el asunto no les incumbe, pues se dedican al tema.


3
El esfuerzo por promover el patriotismo fue sostenido, expreso, cuidadoso. La existencia de un país que se forja debe apoyarse en una serie de creencias ligadas a la nacionalidad. Para lograrlo se requiere un planteamiento ideológico, se necesitan convicciones que le permitan existir y consolidarse. La nación es una propuesta que demanda las adhesiones del pueblo. Como decía Renan —debería releerse a este autor— es un plebiscito de cada día. Es una propuesta, reitero, una construcción mental que aspira a convertirse en realidad.


4
Ciertamente, esas creencias se levantan en torno a diferentes convicciones. A veces, es la lengua, a veces han sido —aunque hoy resulte inadmisible— la raza o la religión o los principios democráticos o la identificación con la paz, por ejemplo. Los juicios anacrónicos —el más grande pecado que puede cometer un historiador— impulsan a la gente poco refinada intelectualmente a juzgar el pasado desde las ideas y creencias actuales. Alguien podría juzgar a don Juan Rafael Mora belicista y condenarlo por no haber actuado como Gandhi. Otro podría decidir que los liberales fueron unos farsantes pues buscaban una comunidad de valores para afianzar la existencia de Costa Rica y le inventaron un sentido a nuestra nación.


5
Esas convicciones ingenuas —cuando lo son— y destructivas, que denigran la construcción de la nacionalidad, suponen la existencia de una especie de tábula rasa, que se supone real y verdadera, sin convicciones propias. Piensan que el país existe con independencia del imaginario nacional, que es posible eliminarlo sin inventarse otro que lo sustituya… si deseamos su sobrevivencia. No saben que cada momento de la historia conoce una visión dominante del mundo, hecha de símbolos, de valores, de ideales, sí, a veces irrealizables, y de propuestas. Y ese hecho queda por siempre en la base de lo que venga con el paso del tiempo. Tengámoslo claro: cuando se trata de una nación, si se eliminan las convicciones no queda nada. A lo sumo su nombre y restos a aprovechables por los arqueólogos en el futuro.


6
Quienes relativizan la historia para desprestigiarla, entregan la existencia de su país a lo que no es él. Claro está: sabemos que cada generación hace una relectura del pasado e incorpora nuevos elementos destinados a enriquecer la nacionalidad. Pero, ese proceso ha de ser integrador y no excluyente. No puede levantarse sobre el desprecio por los esfuerzos que realizaron otros para construir nuestra vida colectiva. Si la nueva propuesta es de ruptura, de desprecio, hay que desconfiar. Quizá se nos esté intentando meter gato por liebre.


7
En 1821 nuestro pueblo se mostró vacilante. No sabíamos cómo ser. Las dudas y los nublados perdurarían por un trecho de nuestra historia. Hubo que inventarse la patria. Sí. Hubo que levantar sobre el localismo y el espíritu de campanario un destino, una propuesta superior a lo que éramos. Algo que nos jalara hacia delante o, si se prefiere, hacia arriba. Quienes creemos en Costa Rica, quienes nos emocionamos con el patriotismo y nos unimos a sus manifestaciones, no transigimos con quienes reniegan del pasado, porque estamos dispuestos a convertirlo en una fuerza capaz de dignificar el futuro y hacer verdad lo que dice un canto de los que entonamos en la Asamblea Legislativa, el jueves pasado. Uds. lo recordarán fácilmente. Sí, Costa Rica, de sus hijos será la ilusión… y por siempre.




Traspaso de Poderes - Alcaldía de Cañas

Palabras del Dr. Francisco Antonio Pacheco en el Gimnasio Municipal de Cañas, Guanacaste, con motivo del traspaso de poderes de esa Alcaldía.

La Asamblea Legislativa y la Sala Constitucional

1
Las consultas facultativas y preceptivas —unas de carácter voluntario y las otras obligatorias, por disposición legal— que efectúa la Asamblea Legislativa a la Sala Constitucional antes de la aprobación definitiva de las leyes, constituyen un elemento de importancia sustancial en la configuración de la arquitectura jurídica y política del país. Quienes han seguido con alguna atención los temas políticos y los asuntos constitucionales, saben bien que este asunto ha afectado de manera sensible el balance de poderes en el Estado, o como se dice, desde el viejo Montesquieu, los frenos y contrapesos que regulan las relaciones de los poderes en su interior.

2
Como se ve, los diputados tienen sentada en el Plenario a la Sala Constitucional que, cada vez en más casos, co-legisla. Hay que aclarar, rápidamente, que los magistrados no están ahí como intrusos. De ninguna manera. Fueron invitados por los mismos legisladores que al aprobar las normas que regulan la materia, establecieron la obligación —una vez aprobado el proyecto en primer debate— de consultarles en ciertos casos y, en los demás, con solo reunir las firmas de diez de ellos.

3
Alguien podrá preguntarme por qué me quejo. En primer lugar, he de señalar que esto no es una queja. Debo aclarar, además, que he defendido a la Sala en cada oportunidad que se ha me ha presentado. Pienso que nos ha ayudado a resolver asuntos de gran importancia, postergados por quienes deberían haber tomado las decisiones del caso (y no pienso simplemente en el asunto de la reelección, sobre el que he escrito varias veces). A menudo, en una democracia, el no decidir es mucho más grave que decidir mal. Lo anterior sin menoscabo de la importancia del control de constitucionalidad a posteriori de las leyes y del afianzamiento de los derechos de los ciudadanos de que se ocupa la Sala, también.
4
Pero, el asunto, aquí, es otro. Se trata de determinar si el equilibrio de poderes imperante en el país, es el mejor —no estoy convencido de que sea producto de un diseño bien pensado— o si puede ser mejorado. Al menos, conviene entender cómo funciona nuestro Estado, desde el punto de vista político. Y la primera observación que surge, al respecto, resulta difícilmente rebatible: la Asamblea Legislativa ha renunciado y sigue renunciando progresivamente a su poder, en favor de la Sala IV.

5
En algún momento se dijo que la Asamblea Legislativa era el primer poder de la República; luego, los más perspicaces se dieron cuenta de que era el segundo, puesto que nuestro sistema presidencialista le daba preeminencia al Poder Ejecutivo; finalmente, por su propia decisión, nuestra Asamblea está pasando a ser el tercero y último de los poderes, ante el avance del Poder Judicial, encarnado en la Sala Constitucional. Y esto ni lo ataco ni lo defiendo, pero tampoco lo invento, por emplear la frase acuñada por uno de mis autores preferidos.

6
Ya vimos cómo el Poder Legislativo, en Costa Rica, renunció a parte de sus facultades al otorgarle ingerencia a la Sala IV en la aprobación de las leyes; ahora conviene preguntarse cómo es eso de que sigue cediéndole parte de sus poderes a ese importante órgano jurisdiccional. Y la respuesta es simple: cada vez que los diputados llaman a la Sala para que resuelva si una ley puede ser aprobada o no, cada vez que siguen la opinión y modifican su decisión inicial —a pesar de no tener obligación de hacerlo— de acuerdo con el criterio vertido, están renunciando asumir sus funciones plenamente.

7
Al respecto, le doy la palabra al jurista Juan Carlos Rodríguez Cordero M. Sc. quien tuvo la amabilidad de referirse al tema en nota privada. “Coincido con usted —dice en su correo— en cuanto al tema de la consulta facultativa. Se ha desnaturalizado su propósito, y ahora forma parte del juego de intereses propios del Parlamento… los legisladores que aprobaron la reforma del 89 son los responsables de haber entregado semejante instrumento a una minoría parlamentaria (10 diputados). Hubiese sido, a la larga, preferible que la consulta facultativa requiriera al menos de la concurrencia de 29 legisladores…”

8
“En cuanto a la consulta preceptiva, en los casos en que se da, es importante conservarla. Sin embargo, he estudiado extensamente el tema… y el Congreso por lo general se ha allanado a los criterios vertidos por los magistrados. Pocas veces la Asamblea se ha separado de las opiniones de fondo… ¿Cómo separarse de la calificada opinión de los Magistrados? Se mete a la Asamblea en un zapato. Además, posteriormente podría intentarse (como se ha hecho efectivamente) atacar la aplicación de la norma con los mismo criterios antes vertidos por los propios magistrados.”

9
Los diputados deberían tener suficiente conocimiento como para saber si lo que aprueban es constitucional o no, deberían decirle, a veces, a la Sala —que por cierto no es infalible— que se equivoca. Hay una tendencia a someterse con reverencia filial a la Sala, según ellos la ven. No se puede ignorar que existe un respeto reverencial en relación con ella. En otros términos, nuestros diputados parecen mostrar síntomas del complejo de Edipo, y ello parece opera en favor de concederle más crédito a la Sala que a sí mismos. Pero también —esto se ha dado alguna vez y se dará en otras—, se toma a la Sala, a veces, como un último recurso para intentar ganar la tesis que se perdió en la votación final. Casos propios de la picaresca nacional.

10
Cuando los diputados, por defender una tesis, renuncian a decidir o demeritan la decisión tomada por mayoría, están debilitando un Poder de la República que están obligados a defender, a fortalecer razonablemente, a consolidar. Ello no significa que se abstengan de recurrir, en casos especiales de duda, a un medio que el sistema les brinda para aclarar el fundamento constitucional de sus decisiones. No obstante, optar por esta posibilidad debería ser algo muy excepcional.


El número de diputados

1
La idea de aumentar el número de diputados para que puedan atender bien, las complejas tareas que les corresponden, choca con ciertos prejuicios muy difundidos entre la gente. Lo malo no es que una parte significativa de ciudadanos se oponga a ella, sino que lo haga con base en ideas preconcebidas, es decir, sin efectuar, antes, un análisis fundado en información seria. Ciertamente, el número de representantes, por sí solo, no garantiza nada. Sin embargo, sin incrementarlo no vamos a lograr nunca poner a la Asamblea a la altura de los tiempos. Eso es lo que pienso; así como se oye.

2
Ya nos habíamos referido a las comisiones y a la necesidad de que los diputados concentren sus esfuerzos en unas pocas —ojalá en una de ellas— y, gracias a la especialización y a la continuidad, se conviertan en verdaderos expertos en la materia. Así ocurre en otras partes, en naciones verdaderamente avanzadas en su desarrollo. Desgraciadamente, los temas que la realidad pone sobre la mesa son muchos. En estos días se ha hablado de la necesidad de contar con una comisión de Derechos Humanos, con otra que se ocupe de temas ligados a la comunicación y la información, en fin, se propone darle carácter permanente a la recién creada comisión de turismo, cuya vida tiene plazo. Por ejemplo, la gente se pregunta —con toda razón— por qué no tenemos una comisión consagrada a los temas educativos.

3
La obligación de otorgarle representación a las minorías en las comisiones, agrava el problema. ¿Qué hacer con una fracción de cinco miembros —tal es el caso actualmente— si las comisiones son al menos veinte? ¿Poner a cada uno en cuatro? Si cada comisión trabajara dos mañanas, se necesitarían ocho diputados o más días de trabajo, para poder acomodar las tareas confortablemente. Desgraciadamente, desde que la inventaron, que yo sepa, la semana tiene solo siete días.

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¿A qué horas se estudian los proyectos? ¿Con qué tiempo se conciben nuevos planteamientos? Porque, además de las comisiones especiales, hay reuniones de fracción, Comisiones Plenas, Plenario, comisiones ordinarias… etc. Y como si no bastara, mesas redondas, actos públicos, seminarios, comunidades que reclaman atención, esto por no hablar de la necesidad de responder, por imperativo de transparencia, cuestiones de la prensa, participar en programas de radio, en fin... Que nadie se queje, luego, de la calidad del trabajo legislativo.

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Pero, cuando se trata del número de diputados, no es eso, lo único. Está de por medio, también, el tema de la representación del pueblo en la Asamblea. Ni más, ni menos. Siempre se pensó que debería haber proporcionalidad entre el número de habitantes y el número de diputados. Originalmente, la Constitución mantuvo los cuarenta y cinco diputados que existían en la Primera República. Sin embargo, los constituyentes entendieron que era imposible asegurar una representación equilibrada del pueblo, con un número tan limitado de parlamentarios. La Asamblea Constituyente resolvió el asunto de forma aritmética. Cuando la población pasara de un millón trescientos cincuenta mil, se elegiría un diputado por cada treinta mil habitantes o residuo mayor de quince mil.

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De acuerdo con la norma original de la Constitución de 1949, ahora tendríamos muchos más diputados de los que tenemos. En efecto, suponiendo que la población del país tuviese cuatro millones de habitantes, hoy tendríamos 133 diputados. Evidentemente, la norma se varió, ya en 1961, ante la urgencia de incrementar la cantidad de miembros Asamblea. Ocurrió lo mismo que nos está pasando ahora.

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Como es fácil de entender, el número —ahora fijo— de 57 legisladores es producto de un arreglo, de un compromiso, entre quienes sentían la acuciante necesidad de contar con más diputados y quienes pensaban que era mucho gasto, que con cuarenta y cinco bastaba, y otras cosas por el estilo. A cambio de aceptar 57 obtuvieron que desapareciera la norma que nos hubiera hecho contar, hoy, con 133 y que —hay que reconocerlo—, por su carácter abierto, podía llevar a una cantidad exagerada. Lo cierto es que llegamos al punto en que 57 no alcanzan.


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Pero, no se piense que no existan otros argumentos a favor de incrementar el número de diputados. Las razones que aun no hemos mencionado, tienen que ver con la reforma completa del sistema político, a la que nos vamos a referir en estas notas, escritas con ocasión de lo que va pasando en la Asamblea Legislativa. Digamos, como introducción al tema, que un aumento del número de representantes no debería ocurrir así, sin más. Habría que aprovecharla para mejorar, también, la calidad de la representación. ¿Cómo lograrlo? Eso lo iremos viendo pronto.


Que el entendimiento le marque límites a la voluntad

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Uno de mis temas preferidos y, por lo tanto, presente en lo que propongo a consideración de los lectores, con frecuencia, es el asunto de la oposición entre deseos y decisiones sensatas, entre aspiraciones y posibilidades reales, entre análisis estricto y eso que, en nuestra cultura, se conoce como la “real gana”. Es decir, el sí, porque sí. O lo que es más grave, el no por el no, al que se han entregado con ardor algunos sectores de la vida política nacional. El racionalismo cartesiano se levantaba —y con ello le marca un rumbo a occidente— sobre la suposición de que los seres humanos emitimos nuestros juicios tras el razonamiento y que nuestras decisiones encuentran fundamento, por ello, en la racionalidad. Lástima que, tan a menudo, no sea así.

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Para no complicar las cosas, no voy a referirme a los orígenes remotos de este planteamiento, como se estila hacer cuando se recurre a los filósofos modernos. Pero, hay otro motivo para obviar un rastreo histórico de ese tipo. Aun cuando estas ideas encuentren sus antecedentes en el pensamiento clásico, en Aristóteles, por ejemplo, o en la Escolástica, la influencia del racionalismo —con lo que lleva de “ismo”—, se muestra determinante en la historia del pensamiento y, particularmente, en el pensamiento político, a partir del inicio de la modernidad. Primero, como ideal, luego como una práctica imperfecta; en todo caso, como el reconocimiento de que se trata de un criterio en el que han de respaldarse las decisiones. Y, aunque esto no ocurra siempre, a partir de entonces, la gente se siente obligada a explicar cualquier desvío de esta ruta. En otras palabras, da pena no hacerlo así. Mi maestro Láscaris dividía a los seres humanos, con base en sus actitudes, en cartesianos y pre-cartesianos. Y tenía razón.

3
El temor al error en materia de decisiones persigue a las personas sensatas. Las aprensiones no ha de ser tantas, sin embargo, como para dejarnos inmovilizados. Sobre todo cuando se trata de la vida política, la excesiva lentitud puede constituirse, ella misma, en uno de los más graves errores. Quizá porque al escoger en este campo de la actividad humana, no siempre nos movemos entre alternativas radicalmente opuestas. Se dirá que esto no lo percibieron los racionalistas, que se les escapó. Digamos, en su descargo, que distinguieron zonas indiferentes a la radical oposición entre el sí y el no. Su enseñanza, en el fondo, nos obliga a matizar y matizar, para que nuestra conclusión sea producto de un ejercicio racional bien fundado. Esto es lo más importante y aprovechable de su enseñanza.

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Pero, nos hemos apartado de la contradicción que señalábamos, entre lo que queremos y lo posible. El asunto tiene que ver con la voluntad y la racionalidad. Cuando Descartes se pregunta de dónde nacen mis errores, su respuesta es contundente: siendo la voluntad mucho más amplia y extendida que el entendimiento, yo no la mantengo dentro de los mismo límites, sino que la extiendo también a las cosas que no comprendo. La voluntad que genera los deseos se aparta fácilmente del entendimiento, de la razón. Confundimos nuestros deseos con lo posible —y hasta con lo imposible— sin que realmente lo sea. Wishful thinking, dicen los que hablan inglés, para advertir el peligro de confundir lo que deseamos con lo que es. En política, fabular es tan grave como mentir.

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El hábito de confundir lo que queremos y lo que es posible, como si fuesen lo mismo, resulta nocivo. Sus efectos en política conducen a un desbordamiento constante, a veces, alegre, pero insensato. Sí, lleva a la alteración. Entre los graffiti de Quito —famosos por su ingenio— ha sido rescatado uno, tan hermoso como erróneo: “Basta de realidades, queremos ilusiones”. Los deseos desbordados conducen a las ilusiones y la palabra ilusión se emparenta, recordémoslo, con “ilusionismo”. Nada tan peligroso en política como el ilusionismo. Como las fantasías. Recordemos: la fantasía y la imaginación están relacionadas pero están lejos de ser lo mismo.

6
Realismo, racionalismo, sensatez son términos apropiados para abordar la vida política. Diga lo que diga el discurso político, tan proclive a inflamarse. Por cierto, queda pendiente el tema de la inflación verbal que sufre el país. ¿Lo han percibido? Golpe de Estado, totalitarismo, imposición, autoritarismo… y así, sucesivamente. Alguna vez, una dirigente radical habló de la dictadura de Mario Echandi. ¿Se imaginan? Mientras tanto, recordemos los peligros de escindir nuestra conciencia —por un lado lo que pienso y por otro lo que deseo— en lugar de armonizar ambos términos. Siempre se ha sabido: las cosas no son como a mí me da la gana de que sean.

Tomado de: http://democraciadigital.org/articulos/2007/2/1020-que_el_entendimiento_le_marque_limites_a_la_voluntad.html