27 febrero 2007

El número de diputados

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La idea de aumentar el número de diputados para que puedan atender bien, las complejas tareas que les corresponden, choca con ciertos prejuicios muy difundidos entre la gente. Lo malo no es que una parte significativa de ciudadanos se oponga a ella, sino que lo haga con base en ideas preconcebidas, es decir, sin efectuar, antes, un análisis fundado en información seria. Ciertamente, el número de representantes, por sí solo, no garantiza nada. Sin embargo, sin incrementarlo no vamos a lograr nunca poner a la Asamblea a la altura de los tiempos. Eso es lo que pienso; así como se oye.

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Ya nos habíamos referido a las comisiones y a la necesidad de que los diputados concentren sus esfuerzos en unas pocas —ojalá en una de ellas— y, gracias a la especialización y a la continuidad, se conviertan en verdaderos expertos en la materia. Así ocurre en otras partes, en naciones verdaderamente avanzadas en su desarrollo. Desgraciadamente, los temas que la realidad pone sobre la mesa son muchos. En estos días se ha hablado de la necesidad de contar con una comisión de Derechos Humanos, con otra que se ocupe de temas ligados a la comunicación y la información, en fin, se propone darle carácter permanente a la recién creada comisión de turismo, cuya vida tiene plazo. Por ejemplo, la gente se pregunta —con toda razón— por qué no tenemos una comisión consagrada a los temas educativos.

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La obligación de otorgarle representación a las minorías en las comisiones, agrava el problema. ¿Qué hacer con una fracción de cinco miembros —tal es el caso actualmente— si las comisiones son al menos veinte? ¿Poner a cada uno en cuatro? Si cada comisión trabajara dos mañanas, se necesitarían ocho diputados o más días de trabajo, para poder acomodar las tareas confortablemente. Desgraciadamente, desde que la inventaron, que yo sepa, la semana tiene solo siete días.

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¿A qué horas se estudian los proyectos? ¿Con qué tiempo se conciben nuevos planteamientos? Porque, además de las comisiones especiales, hay reuniones de fracción, Comisiones Plenas, Plenario, comisiones ordinarias… etc. Y como si no bastara, mesas redondas, actos públicos, seminarios, comunidades que reclaman atención, esto por no hablar de la necesidad de responder, por imperativo de transparencia, cuestiones de la prensa, participar en programas de radio, en fin... Que nadie se queje, luego, de la calidad del trabajo legislativo.

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Pero, cuando se trata del número de diputados, no es eso, lo único. Está de por medio, también, el tema de la representación del pueblo en la Asamblea. Ni más, ni menos. Siempre se pensó que debería haber proporcionalidad entre el número de habitantes y el número de diputados. Originalmente, la Constitución mantuvo los cuarenta y cinco diputados que existían en la Primera República. Sin embargo, los constituyentes entendieron que era imposible asegurar una representación equilibrada del pueblo, con un número tan limitado de parlamentarios. La Asamblea Constituyente resolvió el asunto de forma aritmética. Cuando la población pasara de un millón trescientos cincuenta mil, se elegiría un diputado por cada treinta mil habitantes o residuo mayor de quince mil.

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De acuerdo con la norma original de la Constitución de 1949, ahora tendríamos muchos más diputados de los que tenemos. En efecto, suponiendo que la población del país tuviese cuatro millones de habitantes, hoy tendríamos 133 diputados. Evidentemente, la norma se varió, ya en 1961, ante la urgencia de incrementar la cantidad de miembros Asamblea. Ocurrió lo mismo que nos está pasando ahora.

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Como es fácil de entender, el número —ahora fijo— de 57 legisladores es producto de un arreglo, de un compromiso, entre quienes sentían la acuciante necesidad de contar con más diputados y quienes pensaban que era mucho gasto, que con cuarenta y cinco bastaba, y otras cosas por el estilo. A cambio de aceptar 57 obtuvieron que desapareciera la norma que nos hubiera hecho contar, hoy, con 133 y que —hay que reconocerlo—, por su carácter abierto, podía llevar a una cantidad exagerada. Lo cierto es que llegamos al punto en que 57 no alcanzan.


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Pero, no se piense que no existan otros argumentos a favor de incrementar el número de diputados. Las razones que aun no hemos mencionado, tienen que ver con la reforma completa del sistema político, a la que nos vamos a referir en estas notas, escritas con ocasión de lo que va pasando en la Asamblea Legislativa. Digamos, como introducción al tema, que un aumento del número de representantes no debería ocurrir así, sin más. Habría que aprovecharla para mejorar, también, la calidad de la representación. ¿Cómo lograrlo? Eso lo iremos viendo pronto.


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