27 febrero 2007

La independencia y el patriotismo

1
La Asamblea Legislativa cumplió con los ritos que impone el calendario cívico para el 14 de setiembre y lo hizo con dignidad y convicción. Los cantos patrióticos se entonaron con fervor, guiados por las voces infantiles de los niños de la Escuela Roosevelt que vinieron a acompañarnos. Y nos trajeron faroles, según demanda la tradición que evoca la noche de este día en Guatemala, 185 años antes, cuando el pueblo se reunió ante la casa de don Gabino Gaínza, el Gobernador español, a demandar sin armas, la independencia.


2
Varias generaciones quedaron unidas por los cantos, sellando con sus voces la continuidad de la historia. Y mientras cantábamos, yo pensaba en los liberales de viejo cuño que se inventaron nuestro patriotismo y lo promovieron, y lo llevaron a las aulas, al mismo tiempo que alfabetizaban la población. Y agradecí ese esfuerzo gigantesco que algunos autores de nuevo cuño reducen a una patraña. La ignorancia sobre la historia del pensamiento y la aparición sucesiva de las mentalidades dominantes que la caracteriza, campea en ciertos círculos del país. En grupos que no pueden alegar que el asunto no les incumbe, pues se dedican al tema.


3
El esfuerzo por promover el patriotismo fue sostenido, expreso, cuidadoso. La existencia de un país que se forja debe apoyarse en una serie de creencias ligadas a la nacionalidad. Para lograrlo se requiere un planteamiento ideológico, se necesitan convicciones que le permitan existir y consolidarse. La nación es una propuesta que demanda las adhesiones del pueblo. Como decía Renan —debería releerse a este autor— es un plebiscito de cada día. Es una propuesta, reitero, una construcción mental que aspira a convertirse en realidad.


4
Ciertamente, esas creencias se levantan en torno a diferentes convicciones. A veces, es la lengua, a veces han sido —aunque hoy resulte inadmisible— la raza o la religión o los principios democráticos o la identificación con la paz, por ejemplo. Los juicios anacrónicos —el más grande pecado que puede cometer un historiador— impulsan a la gente poco refinada intelectualmente a juzgar el pasado desde las ideas y creencias actuales. Alguien podría juzgar a don Juan Rafael Mora belicista y condenarlo por no haber actuado como Gandhi. Otro podría decidir que los liberales fueron unos farsantes pues buscaban una comunidad de valores para afianzar la existencia de Costa Rica y le inventaron un sentido a nuestra nación.


5
Esas convicciones ingenuas —cuando lo son— y destructivas, que denigran la construcción de la nacionalidad, suponen la existencia de una especie de tábula rasa, que se supone real y verdadera, sin convicciones propias. Piensan que el país existe con independencia del imaginario nacional, que es posible eliminarlo sin inventarse otro que lo sustituya… si deseamos su sobrevivencia. No saben que cada momento de la historia conoce una visión dominante del mundo, hecha de símbolos, de valores, de ideales, sí, a veces irrealizables, y de propuestas. Y ese hecho queda por siempre en la base de lo que venga con el paso del tiempo. Tengámoslo claro: cuando se trata de una nación, si se eliminan las convicciones no queda nada. A lo sumo su nombre y restos a aprovechables por los arqueólogos en el futuro.


6
Quienes relativizan la historia para desprestigiarla, entregan la existencia de su país a lo que no es él. Claro está: sabemos que cada generación hace una relectura del pasado e incorpora nuevos elementos destinados a enriquecer la nacionalidad. Pero, ese proceso ha de ser integrador y no excluyente. No puede levantarse sobre el desprecio por los esfuerzos que realizaron otros para construir nuestra vida colectiva. Si la nueva propuesta es de ruptura, de desprecio, hay que desconfiar. Quizá se nos esté intentando meter gato por liebre.


7
En 1821 nuestro pueblo se mostró vacilante. No sabíamos cómo ser. Las dudas y los nublados perdurarían por un trecho de nuestra historia. Hubo que inventarse la patria. Sí. Hubo que levantar sobre el localismo y el espíritu de campanario un destino, una propuesta superior a lo que éramos. Algo que nos jalara hacia delante o, si se prefiere, hacia arriba. Quienes creemos en Costa Rica, quienes nos emocionamos con el patriotismo y nos unimos a sus manifestaciones, no transigimos con quienes reniegan del pasado, porque estamos dispuestos a convertirlo en una fuerza capaz de dignificar el futuro y hacer verdad lo que dice un canto de los que entonamos en la Asamblea Legislativa, el jueves pasado. Uds. lo recordarán fácilmente. Sí, Costa Rica, de sus hijos será la ilusión… y por siempre.




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